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jueves, 20 de junio de 2013

Viniste de gratis, y me saliste muy caro.

Él. Me dolía. Me escocía, me rompía día a día. Él. Simplemente era como una espina que se te clava en la mano; a cada movimiento duele, pero te da miedo sacarla y que te rompa aún más su extracción. Que le quería sacar de mi vida, porque a cada paso que él daba, yo retrocedía veintisiete, pero prefería tenerle ahí clavado - y tenerle, que doliera todo lo que quisiera-, a no tenerle y que me doliera más su ausencia. Y, no lo sé, quizás ésta gran hostia me enseñe a apreciar más lo que tengo, a pensar que 'todo' se puede volver 'nada' en un pestañeo, y que el dolor no entiende de edades. O quizás no. Quizás vuelva a tener a otro como él en mi vida y le deje -también- ir. Y volverán las noches de rayadas sin sentido. Quizás sea el miedo a ser querida, lo que me abruma. Él, ¿Sabéis? Me enseñó a querer sin ver a alguien, y es del todo posible. Tan posible, que me enamoré de él al sentir sus labios sobre mis mejillas el primer día que le ví. Y bueno, él ha sido lo más bonito, él era amor, sentimiento..Pero también era dolor, agobio, mentiras, ¿Y qué pasa  cuando lo malo gana a lo bueno? Que se pierden todas los momentos buenos por uno malo, y te sale tan caro como la misma felicidad.


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